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Elsita Orrego: memoria viva de una alumna de Gabriela Mistral en Montegrande

En la localidad de Montegrande, en pleno Valle de Elqui, vive Elsa, conocida con cariño como “Elsita”, con 110 años, guarda un testimonio único para la historia y la memoria cultural de Chile: fue alumna de Gabriela Mistral, la visionaria maestra y poeta que en diciembre de 1945 recibió el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en la primera y única mujer chilena en alcanzar tal distinción.

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En la localidad de Montegrande, en pleno Valle de Elqui, vive Elsa, conocida con cariño como “Elsita”, con 110 años, guarda un testimonio único para la historia y la memoria cultural de Chile: fue alumna de Gabriela Mistral, la visionaria maestra y poeta que en diciembre de 1945 recibió el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en la primera y única mujer chilena en alcanzar tal distinción.

La vida de Elsita se entrelaza con la historia patrimonial del valle. En su infancia asistió a la escuela rural donde Mistral entregaba sus primeras enseñanzas, recordada por su disciplina y cercanía. Aquellas lecciones marcaron profundamente a una generación de niñas y niños que vieron en ella no solo a una educadora, sino también a una guía de vida.

Con el paso de los años, Elsita forjó su existencia en torno al trabajo agrícola y a la crianza de su familia. Entre frutales, huertos y celebraciones comunitarias, transmitió a sus hijos y nietos valores de esfuerzo, fe y amor por la tierra. Hoy, su descendencia —que abarca varias generaciones— lleva con orgullo el relato de que su madre, abuela y bisabuela fue alumna de la mujer más ilustre del valle: Gabriela Mistral.

La maestra que enseñaba con rondas y mate

De la poetisa, Elsita guarda imágenes vivas: la maestra con un cuaderno en las rodillas, observando a las niñas mientras tomaba mate; la mujer que sonreía al oírlas cantar; la figura dulce que montaba un burrito mientras las alumnas la seguían corriendo.

“Nos decía: ustedes me van a cantar, y yo voy a estar aquí tomando mate. A veces le prestaban un burrito y nosotras íbamos detrás, siguiéndola”, contó entre risas.

Elsita, relató que Gabriela enseñaba las letras escribiéndolas en el pizarrón. Las niñas debían copiar, una a una, hasta formar palabras. “Así aprendí a escribir mi nombre”, dijo.

De pronto recuerda y recita unos versos que su profesora le enseñó:

“Cuando me fui al campo me encontré con un niñito,

perdido, rayado, sobre una gavilla…

Le toqué sus párpados, trabado de frío…”

“Hasta ahí me acuerdo, porque ella me decía que tenía buena memoria”, agregó orgullosa.

La maestra y el pueblo

Gabriela Mistral no solo enseñaba poesía y escritura: también dejaba huellas de humanidad. “Traía zapatos, ropa y sobrecamas. Era muy generosa, siempre pensando en los niños”, dice Elsita.

Su nieta Paola, agregó uno de los recuerdos que le contó de niña, y que atesora de la historia de Elsita es que “mi abuelita dice que Gabriela le trenzaba el pelo y la hacía bailar. Era como una madre para las niñas del pueblo”.

Con los años, la maestra partió. Elsita la recuerda enferma, cansada, pero siempre sonriente. “Cuando se fue, ya no volvió más. La última vez que vino nos trajo regalos”, dice con nostalgia.

El eco del Nobel en el Valle

Cuando Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945, en Montegrande la noticia llegó tarde. “En esos tiempos no había televisión ni radio buena. Nos enteramos después. Me dio orgullo, porque había sido mi maestra”, dice Elsita, con una sonrisa que mezcla admiración y humildad.

Si bien la memoria de Elsita es admirable, hay pasajes de pronto se vuelven más frágiles a estas alturas de su vida, es por eso, que su hija Isabel, recuerda lo que ese momento significó para su madre y para el pueblo. “Ella siente orgullo, más ahora, pero en esos tiempos siente que tuvo poco realce, eso es lo que nos ha contado, porque además con el ajetreo de la vida, el cuidado de los hijos, hermanos, el trabajo y la información tardía, era lo que se comentaba y que no todos lograban entender su verdadero significado”, explicó Isabel.

Añadiendo que “cuando Gabriela murió, fue cuando la gente realmente entendió quién había sido. En vida era solo ‘la profesora’, pero después del Nobel se transformó en un símbolo, una mujer adelantada a su tiempo”.

En los ojos de Elsita, sin embargo, Gabriela sigue siendo la misma mujer sencilla de las rondas, no la figura solemne del Nobel. “Para mí, siempre fue mi maestra. Esa que nos enseñaba con amor y nos hacía cantar”, afirmó.

Una vida de trabajo y memoria

La vida de Elsita fue tan ardua como los cerros que la rodean. Quedó viuda joven, a los 36 años, con cuatro hijos pequeños y sin más apoyo que su propia fuerza. “Mi vida fue muy dura, señorita. Muy dura. Pero no me rendí”, recuerda.

Su hija agrega: “Perdieron todo, pero ella nunca se quebró. Trabajó en los fundos, crió animales, plantó árboles y nos sacó adelante”.

Aún hoy, con más de un siglo de vida, Elsita sigue activa. “Riego, voy al huerto, bailo, carreteo las basuras. No paro en la casa”, dice riendo. Los médicos, asegura, la encuentran en perfecto estado: “Me hicieron exámenes y está todo bueno. No tengo ni un dolor”.

¿Su secreto?  Paola confiesa que está en la alimentación de antaño. “Comían porotos con maíz, trigo majado, harina de poroto. Cosas naturales, nada de frituras. Por eso ha durado tanto” y todo cultivado por ella y su familia.

El legado vivo de Gabriela

El relato de Elsita es más que una historia personal, constituye un testimonio patrimonial que refuerza la memoria mistraliana del Valle de Elqui. Su voz conecta pasado y presente, recordando que Gabriela Mistral no solo fue una poeta de renombre, sino también una educadora rural que transformó vidas concretas en aulas humildes de adobe.

En tanto, la figura de Elsita representa, en suma, un puente entre la memoria local y el legado universal de Gabriela Mistral, recordando a todos, la importancia de valorar a quienes, desde su sencillez y experiencia, preservan en primera persona la huella de nuestra Premio Nobel de Literatura y patrimonio cultural de Chile.

Finalmente, para Elsita ese orgullo se refleja en cada reunión familiar, especialmente en la tradicional celebración de su cumpleaños, donde confluyen hijos, nietos, bisnietos y tataranietos para rendir homenaje a su vida. Para ellos, no solo es la matriarca que ha mantenido la unidad de la familia, sino también un símbolo viviente de la historia de Gabriela que aún late en Montegrande.

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